sábado, 16 de abril de 2011

Aquel jueves...

     Aquel jueves del mes de marzo, al llegar a casa por la noche, después de un cansado día de trabajo, y de ir a comprar leche para el café de la mañana siguiente y algunas cuantas cosas más, al abrir la puerta de su piso, María tuvo una extraña sensación, intuyó que ya sí que se había acabado de verdad.

     Soltó las bolsas de la compra en la encimera  y fue directamente a la “habitación de los chismes”, como los dos la llamaban, y comprobó que ya no quedaba nada, no estaba la batería que llevaba allí puesta casi tres años y que nunca llegó a tocar. No estaban los macutos con su ropa, no estaba el sombrero que María le devolvió porque no quería ningún recuerdo material de él, ni las cajas que ella le había preparado con todos sus libros, apuntes y demás cosas que quedaban por el piso. Ya no quedaba nada. Hacía unos meses que él  ya no vivía allí, por lo que María sabía que esto iba a suceder, y estaba preparada, o al menos eso creía  y casi deseando que ocurriese para aligerar equipaje y poder poner punto y final, para empezar a adaptar su hogar y su vida a esa nueva situación, pero de forma inexplicable en ese instante, la inundó una pena que hizo que le doliese el corazón, y solo pudo sentarse en el suelo y llorar…

     Lloró un largo rato, derramó todas las lágrimas que no había derramado los meses anteriores, vividos como una larga agonía, mientras su gato que debía sentir la pena que ella transmitía, se restregaba  por sus piernas, pareciendo querer consolarla. Pero en ese momento nada ni nadie hubiera podido hacerlo.

     Cuando consiguió tranquilizarse, María colocó la compra y decidió acostarse. Y como solía pasar desde que estaba sola, el gato esperó a que ella estuviese dentro de la cama y quieta, para colocarse encima de sus piernas y quizás hacerla sentir menos sola.


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