viernes, 29 de abril de 2011

Algo diferente

      María se levantó aquel jueves, y se dispuso a hacer lo mismo que hacía cada mañana. Lo primero, su café.
     Pero aquel día se había levantado con una extraña sensación, tuvo un sueño algo inquietante que no conseguía recordar.  Y al mirarse al  espejo se vio  joven y atractiva, cosa que no era común en ella, así que se arregló con más esmero del habitual y decidió salir con una sonrisa en la cara, esperando que le pasara algo maravilloso, o al menos diferente.
     Recordó que tenía un décimo de lotería del día anterior, que había comprado por compromiso a un amigo, así que entró en una administración, con el pálpito de que quizá su rara sensación podría ser que iba a convertirse en millonaria, pero no, no fue así.
     Siguió su camino expectante, para no perderse aquello diferente que sentía le iba a suceder.
     A lo lejos vio acercarse al chico alto y moreno con el que se encontraba todas las mañanas, era como una especie de ritual que  cruzasen sus miradas y se sonriesen sin decirse nada. Así que pensó, “ya está, hoy es el gran día, hoy me parará, se presentará y me pedirá una cita”. Pero tampoco fue eso, el chico la miró, le sonrió y siguió su camino, como había hecho siempre.
     Estaba empezando a desesperarse, quería que su aventura empezara ya. Paró en el paso de peatones que había frente a su oficina y se quedó mirando el enorme reloj que colgaba en la fachada, contando las horas que le restaban para acabar aquel jueves, para que se cumpliese su deseo de algo diferente en su monótona vida.
     Y ensimismada en sus pensamientos, preguntándose el motivo de su inquietud y su excitación, comenzó a cruzar la calle, sin darse cuenta de que el semáforo aún estaba rojo…
     Al final, encontró algo diferente ese jueves... su muerte.


sábado, 23 de abril de 2011

Teoría de "el follamigos"

     Paula, una buena amiga desde hace años y separada desde hace unos meses, me contaba delante de un café, su teoría sobre lo que ella llama “el follamigos”.
     Si hoy pones la palabra “follamigos” en Google, te aparecen en tan solo 0.05 segundos, 45.500 resultados, de lo que deduzco que como yo, hay muchas otras personas que tienen una opinión o teoría sobre esto. Y ya aparece en la Wikipedia, así que en la próxima tanda de palabras a incluir en el diccionario, esta cae, seguro.
     Yo voy a contarte la mía, a ver qué te parece.
     Llega un momento en la vida de una persona adulta, en la que después de un fracaso sentimental, o varios,  decides rendirte. La vida ya es complicada de por sí, por lo que durante un tiempo optas por no complicártela más de la cuenta, o esa es la idea.
     Después de pasar por las diferentes fases que acarrea una ruptura, pena, impotencia, dolor, odio, desgana, etc, se llega a la de indiferencia ante esa persona y ante el tiempo vivido con ella. La mejor de las fases, porque te das cuenta de lo solo que estás, pero de lo capaz que eres de buscarte la vida, y también aprendes a diferenciar a los verdaderos amigos, que son los que acuden para cuidarte cuando te encuentras en la cama con 40 de fiebre, de los que son conocidos, que solo te responden cuando hay cerveza y fiesta de por medio. Sobre este tema tengo otra teoría, pero no es el momento.
     Y aquí entra en juego la figura de “el follamigos” y mi teoría. Cuando llevas un tiempo solo y algo perdido, te das cuenta de que está muy bien tener a gente cerca, pero también te apetece un poco de cariño, caricias y por supuesto sexo. Somos animales, a veces no demasiado racionales, por lo que tenemos que cubrir esa primitiva necesidad.
     El follamigos debe ser una persona a la que hace poco tiempo que conoces, pero con la que has congeniado de maravilla, con la que puedes pasar horas de confidencias y risas. A la que puedes llamar si te sientes solo para tomar algo en tu casa. Y con la que una noche te liáste y no te fué mal del todo, así que ¿por qué no repetir?. Hasta aquí creo que suena bien, pero una cosa que tienes que tener muy claro si no te quieres ver inmerso en una relación, es que tenga algo que te haga estar  seguro de que no te enamorarías, algo que te haga sentir que no te gustaría levantarte el resto de tu vida con ella al lado. Aunque sea un detalle.  Y por supuesto, es necesario que la otra parte piense igual que tú en todo esto, porque jamás la intención será hacer daño ni que nos lo hagan de nuevo a nosotros.
     Me gustó mucho su bien argumentada teoría, me hizo gracia, pero a todo esto, mi reacción fué preguntarle, ¿y qué pasa si una de las partes implicadas en este juego se enamora de la otra?.
     Paula tomó un sorbo de café, y con una sonrisa burlona que yo ya me conocía me contestó, no sé, no me pasó.  *:)


sábado, 16 de abril de 2011

Aquel jueves...

     Aquel jueves del mes de marzo, al llegar a casa por la noche, después de un cansado día de trabajo, y de ir a comprar leche para el café de la mañana siguiente y algunas cuantas cosas más, al abrir la puerta de su piso, María tuvo una extraña sensación, intuyó que ya sí que se había acabado de verdad.

     Soltó las bolsas de la compra en la encimera  y fue directamente a la “habitación de los chismes”, como los dos la llamaban, y comprobó que ya no quedaba nada, no estaba la batería que llevaba allí puesta casi tres años y que nunca llegó a tocar. No estaban los macutos con su ropa, no estaba el sombrero que María le devolvió porque no quería ningún recuerdo material de él, ni las cajas que ella le había preparado con todos sus libros, apuntes y demás cosas que quedaban por el piso. Ya no quedaba nada. Hacía unos meses que él  ya no vivía allí, por lo que María sabía que esto iba a suceder, y estaba preparada, o al menos eso creía  y casi deseando que ocurriese para aligerar equipaje y poder poner punto y final, para empezar a adaptar su hogar y su vida a esa nueva situación, pero de forma inexplicable en ese instante, la inundó una pena que hizo que le doliese el corazón, y solo pudo sentarse en el suelo y llorar…

     Lloró un largo rato, derramó todas las lágrimas que no había derramado los meses anteriores, vividos como una larga agonía, mientras su gato que debía sentir la pena que ella transmitía, se restregaba  por sus piernas, pareciendo querer consolarla. Pero en ese momento nada ni nadie hubiera podido hacerlo.

     Cuando consiguió tranquilizarse, María colocó la compra y decidió acostarse. Y como solía pasar desde que estaba sola, el gato esperó a que ella estuviese dentro de la cama y quieta, para colocarse encima de sus piernas y quizás hacerla sentir menos sola.


domingo, 3 de abril de 2011

Vetusta Morla - Copenhague


Dejarse llevar suena demasiado bien.
Jugar al azar,
nunca saber donde puedes terminar...
o empezar.

El valor para marcharse,
el miedo a llegar...