Me apetecía hacerlo y lo hice, sólo eso, no sin antes mirar
a mí alrededor y asegurarme de que no había rastro alguno de ser vivo.
Confiando en que por ser temprano y hacer aún algo de calor no pasaría nadie
por aquel parque.
Allí estaba, quieto e invitándome a probarlo, un viejo
columpio con asiento de madera.No me viene a la mente ningún recuerdo de mi infancia ligado a un columpio, ninguna experiencia agradable o desagradable, sólo sabía que de adulta sentía una extraña atracción por ellos que me llevaba a desear sentarme en todos los que me encontraba y dejarme llevar.
Fué, lo que se suele llamar "un pronto". Quizá lo provocaba mi subconsciente y lo secundaba mi mente, pidiendo algo que le hiciese dejar de tener los pies en el suelo y escabullirse por unos instantes de la realidad.
Nunca me atreví a hacerlo, me lo impedía mi marcado sentido del ridículo. Hasta esa tarde de julio, en aquel parque solitario. Mis pasos me llevaron hasta él y sentada con las manos agarradas a las oxidadas cadenas, empecé a balancearme despacito. Tuve que levantar los pies porque me daban en el suelo, y casi sin darme cuenta fui tomando impulso y elevándome cada vez más alto. Cerré los ojos y mi mente se evadió por unos instantes, recuerdo notar cómo se dibujó una sonrisa en mi boca, mientras me venía a la mente que solía comentar, que si alguna vez vivía en una casa, solo pediría tener un columpio en el jardín.
Y emocionada con el balanceo, noté una placentera sensación
de libertad, quizás era parecida a la que sentían los pájaros al volar libres o
los pilotos solitarios al surcar el cielo.
Y de repente, me sacó de mi experiencia sensorial un grito
que dijo -¡mamaaaaaaaaaaaaaaa, hay una señora en el columpio! Abrí los ojos y
pude ver a un mocoso en pantalón corto que me señalaba con un dedito algo
inquisidor. A niños que jugaban alrededor y adultos que me miraban sorprendidos.
En ese instante deseé que las cadenas se rompieran y salir
disparada de aquel lugar, que la tierra se abriese y me tragara o que solo
fuese un mal sueño y comprobar que estaba en la cama, pero como nada de eso
pasó, me bajé lo más rápidamente que pude, coloqué mi vestido que se me había
subido de forma provocativa, por lo que para más inri había estado enseñando mi
ropa interior, miré a mi alrededor y con toda la dignidad que me permitía la
situación, dirigí la mirada al niño con ojos asesinos y le dije - ¡hala bonito,
todo tuyo! Y salí del parque a paso ligero.
Al llegar a casa, donde noté que mi cara volvía a su color
natural y dejaba de parecer un tomate, hice firme propósito de no volver a
dejarme atrapar por el canto de sirena de ningún otro columpio malvado.Al igual que se suele decir, que si no quieres que se sepa un secreto, no lo cuentes. Si no quieres que nadie te vea hacer algo, no lo hagas, al menos en un parque público...