jueves, 5 de enero de 2012

Tic tac, tic tac.

     Con el paso del tiempo comprendemos que ni los buenos son tan buenos, ni los malos tan malos.     
     Que la persona perfecta no existe, que nosotros la vemos así, pero es solo una ilusión, seguramente temporal, la venda se cae antes o después y terminamos aceptando que los defectos forman parte de nosotros y que son necesarios para hacernos diferentes y especiales.
     Que no se debe perder el tiempo en quien ya dejó claro que no está dispuesto a perderlo con nosotros, porque no nos sobra como para desperdiciarlo.
     Que preferimos una verdad que duela el periodo que se tarda en asumir, a una mentira mantenida en el tiempo, que antes o después se descubrirá, y dolerá el doble.
     Que llega un momento en que nuestra personalidad forjada con el paso de los años, está tan marcada, que cambiar es difícil, así que para no sentirnos frustrados, nos conformamos con matizar algunos rasgos de nuestro carácter.
     Asumimos que nos volvemos egoístas, porque las experiencias vividas nos han marcado demasiado. Y quizá no hemos sido capaces de quedarnos solo con lo bueno y aprender de lo malo. Comprobamos que realmente el tiempo lo cura todo y se consigue olvidar y a veces, hasta perdonar.
     Nos cuesta la vida compartir nuestro espacio, que por momentos y tristemente, va aumentando su radio, hasta no dejar que nadie se acerque tanto como para tocar nuestro corazón.
     Nos damos cuenta de que valoramos más la calidad de los amigos, que la cantidad de ellos que podamos tener. Que pasan demasiadas personas por nuestras vidas, como para que consigamos  mantener contacto con todas, por lo que asumimos  sin más que igual que aparecieron por alguna circunstancia, desaparecerán antes o después de nuestro entorno. Y puede que nos provoque una profunda pereza el intentar rescatarlas del olvido.
     Y somos conscientes de que el tiempo pasa rápido cuando vemos las marcadas arrugas en las caras de nuestros mayores, y como han  ido naciendo los hijos de los que crecieron a la par nuestra.  Aunque nosotros cada día al mirarnos al espejo nos veamos igual que ayer, igual que antes de ayer y que hace cinco años, producto de nuestra imaginación, porque tenemos canas, alguna que otra arruga y algún kilo de más, que un día se hospedó en nuestro cuerpo y que no nos quiere dejar.
     Comprobamos que tuvimos en algún momento que pisotear nuestros principios, por una simple razón de supervivencia, y que esto duele la primera vez, pero después incluso nos acabamos acostumbrando, y miramos a otro lado como si la cosa no fuera con nosotros.
     Nos damos cuenta de que conformarnos solo funciona en algunos ámbitos de nuestra vida, no en las relaciones de pareja, porque hacer eso, tarde o temprano, está abocado al fracaso más absoluto.
     Con el tiempo aprendemos que cada minuto que pasa es irrecuperable. Que lamentarnos por lo que pudo haber sido y no fue deja de tener sentido relativamente pronto, porque no nos conduce a ninguna parte.
     Y nos preguntamos ¿Cómo hemos llegado hasta aquí, si hemos vivido como queríamos o nos hemos dejado llevar por lo que la sociedad nos ha impuesto, o por donde las circunstancias nos han llevado?
     Provoca cierto vértigo perder la juventud, y creo que está por comprobar si compensa porque ganamos en experiencia.
     Con el tiempo hacemos esa cosa que nos da tanto miedo, porque nos roba ilusiones y espontaneidad… madurar.
     Pero también nos damos cuenta del montón de cosas maravillosas que nos proporciona el pasar los días.
     Como conseguir ser capaces de que cabeza y corazón se coordinen para evitar conflictos internos que resultarían dolorosos.
     Llegar a conocernos tan bien, que somos capaces de vivir con nosotros mismos, sin necesidad de compañía, y de hacerlo con cierta paz interior.
     Nos damos cuenta de quienes son los amigos de verdad, y de que se puede compartir con ellos tanto risas y buenos ratos, como problemas y penas, porque siempre están ahí.
     De que somos capaces de disfrutar pequeños placeres de la vida, como una charla amena en la que  no somos capaces de arreglar nuestras vidas pero arreglamos el mundo, un paseo, una copa de vino o un buen libro.
     Y una cosa que creo importante, aprendemos que cuando alguien nos decepciona, antes o después siempre aparece otra persona que vuelve a hacernos sonreír y nos confirma que “al final, siempre sale el sol”.





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