martes, 31 de enero de 2012

"Algo" de "Mery"


Me gustan los girasoles vivos, no me gustan las flores muertas.
Me atraen las manos, no me gustan los pies.
Me gusta la primavera, no me gusta que me dé alergia.
Me atrapa la luna, me llena de energía el sol.
No me gustan las joyas, me encantan los anillos.
Me gustan los "jajaja" y todas las onomatopeyas.
Disfruto mi espacio, me gusta que lo respeten.
No me gusta tener que dar explicaciones, yo no las pido.
Me encanta la música, me altera el ruido.
Me gustan los animales, adoro a mi gato. Algún día tendré un perro.
Me molesto en reciclar, quiero que todo el mundo recicle.
Me gusta el mar, aprendí a amar las olas.
No me gusta que las cosas buenas no sean noticia. Me entristecen las malas noticias.
Me pierde lo dulce, me mata engordar.
Amo a mis amigos, me gustan mis conocidos.
No me gusta las personas demasiado formales, ni las excesivamente informales.
Me gusta la gente que transmite cosas buenas, no me gustan los malos rollos.
Me gusta el paso del tiempo, no me gustan mis canas.
Me gusta sorprender, me gusta que me sorprendan.
No me gusta el conformismo, aunque a veces me conforme.
Me gustan los libros que te evaden, me gusta evadirme a veces.
No entiendo la política, no me gusta que nos mientan.
Me gusta el orden, me altera el desorden.
Me gusta la gente creativa, no me gusta la gente aburrida.
No me gustan los espacios pequeños, me gustan los sitios íntimos.
Me agobian las multitudes.
Me gustan las velas, me gusta el incienso.
No soporto a la gente mal educada, me gusta la gente con carácter.
Me gusta el olor de los libros nuevos y el olor a pintura.
Soy fan de la música en español, disfruto entendiendo lo que me quieren contar.
Me gusta llorar de risa, no me gusta llorar de pena.
Me aburre la tele, me aburre ir de tiendas.
Me gusta inventar cosas, me da pereza llevarlas a cabo después.
No me gusta la gente que discute y alza la voz, creyendo llevar así más razón.
Me gusta provocar, me gusta que me provoquen.
Me gusta la gente dulce, no me gusta la gente empalagosa.
Me encanta que me abracen.
Me gusta la gente que sueña, no me gusta los que no son capaces de despertar.
Me pierde el café, me puede su olor.
Me gusta la soledad elegida, no me gusta el sentimiento de soledad.
No me gusta esperar, ni que me tengan que esperar.
No consigo ser constante, envidio la gente que lo es.
No me gusta que me engañen, perdono que a veces se omita la verdad para no hacerme daño.
Me gustan las uñas pintadas de rojo y los ojos pintados de verde.
Me encanta salir fuera a desayunar, es una buena forma de empezar el día.
Me gustan las personas complejas, no me gustan las personas complicadas.
Me gusta que me atrape la cama los domingos.
No me gustan los estampados, me gustan los colores lisos.
Me gustan los peluches, me gustó aún más regalar los mios.
Me divierte que canten en la ducha, yo lo hago.
Me gusta que me mimen, no pido que me consientan.
Me hace sentir bien dar, pero a veces cansa no recibir.
Me gusta que mis amigos me acepten como soy, reconozco a los que lo son por cosas como esta.
Me gustan las palabras, pero prefiero la acción.
Me encantan los pequeños detalles, porque convierten personas y momentos en especiales.
No me gusta otra persona, me gustas tú...

jueves, 5 de enero de 2012

Tic tac, tic tac.

     Con el paso del tiempo comprendemos que ni los buenos son tan buenos, ni los malos tan malos.     
     Que la persona perfecta no existe, que nosotros la vemos así, pero es solo una ilusión, seguramente temporal, la venda se cae antes o después y terminamos aceptando que los defectos forman parte de nosotros y que son necesarios para hacernos diferentes y especiales.
     Que no se debe perder el tiempo en quien ya dejó claro que no está dispuesto a perderlo con nosotros, porque no nos sobra como para desperdiciarlo.
     Que preferimos una verdad que duela el periodo que se tarda en asumir, a una mentira mantenida en el tiempo, que antes o después se descubrirá, y dolerá el doble.
     Que llega un momento en que nuestra personalidad forjada con el paso de los años, está tan marcada, que cambiar es difícil, así que para no sentirnos frustrados, nos conformamos con matizar algunos rasgos de nuestro carácter.
     Asumimos que nos volvemos egoístas, porque las experiencias vividas nos han marcado demasiado. Y quizá no hemos sido capaces de quedarnos solo con lo bueno y aprender de lo malo. Comprobamos que realmente el tiempo lo cura todo y se consigue olvidar y a veces, hasta perdonar.
     Nos cuesta la vida compartir nuestro espacio, que por momentos y tristemente, va aumentando su radio, hasta no dejar que nadie se acerque tanto como para tocar nuestro corazón.
     Nos damos cuenta de que valoramos más la calidad de los amigos, que la cantidad de ellos que podamos tener. Que pasan demasiadas personas por nuestras vidas, como para que consigamos  mantener contacto con todas, por lo que asumimos  sin más que igual que aparecieron por alguna circunstancia, desaparecerán antes o después de nuestro entorno. Y puede que nos provoque una profunda pereza el intentar rescatarlas del olvido.
     Y somos conscientes de que el tiempo pasa rápido cuando vemos las marcadas arrugas en las caras de nuestros mayores, y como han  ido naciendo los hijos de los que crecieron a la par nuestra.  Aunque nosotros cada día al mirarnos al espejo nos veamos igual que ayer, igual que antes de ayer y que hace cinco años, producto de nuestra imaginación, porque tenemos canas, alguna que otra arruga y algún kilo de más, que un día se hospedó en nuestro cuerpo y que no nos quiere dejar.
     Comprobamos que tuvimos en algún momento que pisotear nuestros principios, por una simple razón de supervivencia, y que esto duele la primera vez, pero después incluso nos acabamos acostumbrando, y miramos a otro lado como si la cosa no fuera con nosotros.
     Nos damos cuenta de que conformarnos solo funciona en algunos ámbitos de nuestra vida, no en las relaciones de pareja, porque hacer eso, tarde o temprano, está abocado al fracaso más absoluto.
     Con el tiempo aprendemos que cada minuto que pasa es irrecuperable. Que lamentarnos por lo que pudo haber sido y no fue deja de tener sentido relativamente pronto, porque no nos conduce a ninguna parte.
     Y nos preguntamos ¿Cómo hemos llegado hasta aquí, si hemos vivido como queríamos o nos hemos dejado llevar por lo que la sociedad nos ha impuesto, o por donde las circunstancias nos han llevado?
     Provoca cierto vértigo perder la juventud, y creo que está por comprobar si compensa porque ganamos en experiencia.
     Con el tiempo hacemos esa cosa que nos da tanto miedo, porque nos roba ilusiones y espontaneidad… madurar.
     Pero también nos damos cuenta del montón de cosas maravillosas que nos proporciona el pasar los días.
     Como conseguir ser capaces de que cabeza y corazón se coordinen para evitar conflictos internos que resultarían dolorosos.
     Llegar a conocernos tan bien, que somos capaces de vivir con nosotros mismos, sin necesidad de compañía, y de hacerlo con cierta paz interior.
     Nos damos cuenta de quienes son los amigos de verdad, y de que se puede compartir con ellos tanto risas y buenos ratos, como problemas y penas, porque siempre están ahí.
     De que somos capaces de disfrutar pequeños placeres de la vida, como una charla amena en la que  no somos capaces de arreglar nuestras vidas pero arreglamos el mundo, un paseo, una copa de vino o un buen libro.
     Y una cosa que creo importante, aprendemos que cuando alguien nos decepciona, antes o después siempre aparece otra persona que vuelve a hacernos sonreír y nos confirma que “al final, siempre sale el sol”.